Ya empezamos a tener una buena evaluación del sector del campamento Sumidero, así que lo vamos a dejar durante un tiempo para instalar nuevos campamentos avanzados en otras dos zonas de interés de Madre de Dios, sobre las que se había lanzado salidas de reconocimientos en los días anteriores. Se trata de la Gran Barrera y el Karst Norte. Hacia este último Natalia, Jean-Marc y Laurent realizan hoy un porteo de material bajo la lluvia. La pendiente es fuerte y la progresión, delicada, debido a que el terreno es muy accidentado: amplias fisuras, resaltes rocosos o densas zonas de arbustos que se refugian del viento... y todo ello en un entorno mineral, sin suelo que forme aquí la roca caliza. Cada vez hay que sortear la dificultad, lo que significa un largo rodeo tras haber definido una posibilidad de franquearlo... lo que no siempre funciona. Pero se va ganando altura paulatinamente. Se baliza el camino. Tras tres horas y media de progresión, apenas han conseguido remontar 300 m de desnivel y la cresta (visible desde la playa donde se ha amarrado el Bombard) sigue quedando lejos... ¡Algo bastante desmoralizante! Depositan el material en un abrigo rocoso para protegerlo de la lluvia y vuelven a bajar, así, sin más... Es altamente improbable que nadie pase por la zona... así que no hay peligro de robo.
En el campamento base se prosigue con los trabajos. Abandonamos la incomodidad de la cocina-comedor instalada provisionalmente en la carpa rusa, para disfrutar de la flamante base logística. Mudanza en el barro. La cocina, que cargan dos forzudos, se traslada con el pan aún caliente en el horno. Bajo la lluvia se suceden las cajas de cartón empapadas de agua en las que hemos ido guardando la comida y los utensilios. Se mojan aún más, pero, mientras aguanten, ¡qué importa!, acabarán en la estufa en breve. Bancos y mesas desfilan cuesta arriba para, finalmente, posarse sobre una superficie plana. ¡Todo un lujo! Pero no nos emocionemos: el avance de los trabajos no permite todavía pensar en la entrega de la obra... Falta la puerta de entrada, una parte del revestimiento de planchas, las canaletas, la alimentación de agua en la pila. Hay corriente de aire por todas partes. La iluminación es aún precaria. El suelo está empadado de agua, cubierto de serrín, de embalajes y de desechos de construcción, mientras que la escoba y el recogedor siguen perdidos. ¡Mala suerte! Caen gotas del techo, el viento empuja el agua que se filtra por las juntas aún abiertas de las ventanas. Pero no importa. Por fin, disponemos de una superficie el doble de grande y de una superficie el triple de lo que teníamos. Esto merece una inauguración con pisco sour, un aperitivo típico chileno, preparado a base de aguardiente, de limón y azúcar glacé. Las llamas crepitan en la estufa. ¡Hogar, dulce hogar!
Dado que hay que dedicarse urgentemente a los "acabados" de la base para poder realizar los trabajos de primera necesidad que nos ocuparán toda la jornada, solamente parte un equipo a terreno. El objetivo es encontrar un lugar para establecer un campamento en la Gran Barrera. Georges, Arnauld, Cédric y Joël atraviesan el Barros Luco y desembarcan en una caleta protegida. Tienen previsto subir por la arenisca, dado que es un terreno menos complicado que el calcáreo, sobre todo cuando ha sido colonizado por el bosque. Sin embargo, el sector es decepcionante: no hay zonas de contacto entre ambas rocas por las que pueda filtrarse el agua... ni formas de karst bonitas. Finalmente, renuncian. Este no es el acceso indicado para llegar a los sectores interesantes de la Gran Barrera, que quedan muy alejados. Habrá que intentar subir más hacia el oeste. Se baja el material y se abandona el sector.
En el campamento base, sigue la intensa actividad. Florian, Denis, Lionel, Georges, Jean-Phi, al pie del cañón como de costumbre, tienen aprendices menos avezados, pero muy motivados. Se instala una toma de agua en un riachuelo con un tubo y una bomba de extracción. Alimenta una reserva de agua conformada por dos bidones de 200 litros que captarán también el agua de lluvia de las canaletas cuando estén instaladas. Desde ahí, el agua llega a la pila de la cocina y a la ducha, que no entrará en funcionamiento hasta la noche, de la que saldrán rostros sonrientes, oliendo a jabón, felices de poder ponerse, finalmente, ropa limpia sobre un cuerpo limpio.
Es el primer día agradable. No hay mucho viento. Se suceden ráfagas ocasionales y rayos de sol. Los que trabajan en el tejado entre el zumbido están contentos de poder cambiar los discos de sierra sin mojarse.
Ya avanzada la tarde, Natalia, Richard y Georges hacen una escapada. Toman el camino que lleva al campamento Sumidero, para luego, a unos 300 metros de altitud, bajar hacia el nor-oeste hacia una zona de arenisca orientada hacia el NW-SE, en la base de un acantilado calcáreo. Esta alargada depresión drena toda la vertiente impermeable sobre la que caminan. Al fondo, fluye un sinuoso riachuelo y hay un lago en la zona más baja, en el lado este. Sobre la vertiente de arenisca se ve claramente el chirlo de un torrente de lava reciente. Ha transportado durante varios metros de ancho el conjunto del terreno hasta el lago. En toda la zona no hay ninguna salida al mar. A pesar de ello, la prospección es decepcionante ya que ninguno de los tres sumideros revisados es penetrable. ¡En este juego de la oca no siempre se gana!
Las previsiones meteorológicas prevén una ventada de "buen tiempo" hasta el mediodía del jueves... En realidad, no será así... pero aún no lo sabemos, así que dos equipos salen durante este tiempo hacia el karst norte y la Gran Barrera y se forma un grupo de buceo.
En el karst norte queda por instalar el campamento. Natalia, Jean-Marc, Laurent y Joël se encargan de ello. En este desierto mineral, encontrar un buen lugar es toda una proeza. Finalmente, escogen un replano rocoso al pie de una pared: el Nido de Cóndor. Como no se pueden clavar estacas, los vientos de la carpa se atan a piedras. Cerca, encuentran una pequeña reserva de agua. Stéphane y Richard, nuestros karstólogos en jefe, prospeccionan la zona más baja por el itinerario de acceso. Van en busca de una zona de escorrentía para realizar un experimento 3D. Encuentran uno al que habrá que volver más tarde para poner en marcha la maniobra.
Carlos, Franck y Vincent forman el equipo de buzos. Regresan a los dos objetivos detectados el pasado viernes. El primero no tiene continuación, pero el "champiñón" acaba dando más frutos. Para empezar, hay que agrandar un poco el conducto de acceso sacando piedras. Luego, Franck puede avanzar por una galería confortable, que parece desarrollarse paralelamente a la costa. Bivalvos y algas pueblan las paredes. Franck se detiene a 75 metros de la entrada y Carlos toma el relevo. La galería se sumerge hasta los -22 y, ahora, se orienta hacia el macizo. Franck retoma el relevo en una galería de 5 x 3 metros. El agua salada deja paso al agua dulce, más fría (5 °C). Es un agua clara, poco cargada de ácidos húmicos, que parece venir de lejos. Podría tratarse de un gran colector. Hoy, el equipo progresa 220 metros bajo el agua. Se llega al final, lleno de dunas de arena que barran el paso haciéndolo infranqueable.
Por segunda vez sale un equipo hacia la Gran Barrera (José, Cédric, Laurence, Arnauld, Georges y Lionel) que desembarca en la caleta "Tahiti", llamada así en vista de sus aguas turquesa (poco profundas) vistas en la foto aérea. En realidad, se trata de un lugar un poco menos paradisíaco, pero la progresión sobre el terreno es más fácil. Tras dos horas de marcha pasan por el « collado de Basalto » y desciende por un vasto valle de arenisca donde encuentran el lugar para instalar el campamento: el "campamento del Totem". El valle está drenado por un riachuelo que se precipita en una sima. He aquí el primer objetivo para el día siguiente.
Bajo la lluvia, Lionel, Cédric y Laurence se disponen descender la sima, por la que se precipitan 200 litros/segundo: el nivel del riachuelo ha subido 20 centímetros desde ayer. A -45 llegan a una repisa y, luego, el diámetro del pozo disminuye. Bajan entre el rocío pero, finalmente, la gran cascada en inevitable. Seguir bajando significaría asumir demasiados riesgos. El segundo equipo encuentra un paso entre el bosque y lleva a una amplia extensión de caliza que conforma el columna de la Gran Barrera. La prospección se inicia sobre un terreno bastante regular con una pendiente orientada hacia el Barros Luco. Se descubren cinco grandes sumideros, pero el tiempo empeora. Aumenta el viento y las ráfagas hacen difícil mantener el equilibrio. Luego, la niebla lo inunda todo. Regreso al campamento Totem. Juntos, el equipo de seis emprende la prospección del contacto arenisca-caliza, donde descubren varios sumideros. Más hacia el oeste se adivinan más zonas de contacto interesantes. Parece que la Gran Barrera promete.
En el karst norte, tras una noche seca se perfila una mañana húmeda. El objetivo es llegar a una zona de arenisca situada a apenas un kilómetro. Pero ¿qué son las distancias en un terreno densamente fisurado, fuertemente accidentado, plagado de simas que cortan el paso? Alcanza tan solo a realizar un tercio del trayecto y, de camino, encuentran la sima de la Cueva, que habrá que descender, antes de que les sorprenda la niebla. Media vuelta. Rápido. Regresan bajo un cielo plomizo y parten a explorar la zona este. Es un lapiaz extraordinario, formado por lomas de formas bastante redondeadas, separadas por largos y profundos barrancos por los que se progresa muy lentamente. Volviendo hacia el campamento, descubren un amplio abismo de 100 x 15 m, por el que se precipita una multitud de riachuelos procedentes de las acanaladuras del lapiaz. Al llegar al Nido de Cóndor, deja de llover. Aprovechan para hacer un reconocimiento de las simas situadas en la inmensa dolina situada sobre el campamento sin mucho éxito.
Un violento viento con fuertes ráfagas sacude el campamento base. La pésima noticia de la mañana es que la antena satelital puerta a disposición por nuestro partner Marlink no quiere funcionar. De golpe, disminuyen nuestras posibilidades de seguir conectados. No disponemos más que de nuestro teléfono satelital BGAN 710 y de un portátil Iridium para seguir conectados al mundo. Todo se complica para las futuras video-conferencias y el seguimiento del proyecto escolar, que debe realizarse diariamente.
La actividad continúa. En 2008 se había encontrado una cavidad durante nuestra primera estadía en el Barros Luco. En esa ocasión, disponíamos de un barco como base. La Cueva de las Tres Entradas. Richard, Stéphane, Carlos y Franck se dirigen a ella. La entrada baja presenta restos de ocupación. La cueva superior está obstruida. El acceso medio es un conducto con derrumbes del que proviene una fuerte corriente de aire, indicio de conexión con uno o varios orificios que se abren en la parte superior del macizo. Restos de carbón, incluso después de pequeñas escaladas, son prueba de incursiones pasadas. ¿Serían los Kawésqar? ¿O quizás los marineros, atraídos por la leyenda que contaría sobre un "tesoro" escondido en una cueva del Barros Luco? Misterio. Una escalada está equipada con dos sogas. La galería se ramifica formando un laberinto. Se sigue 500 metros por un riachuelo hasta alcanzar dos posibles zonas terminales: un pozo ventilado que habrá que equipar y un resalte que precisa cuerda.
Al fondo del seno donde se abre la cueva de las Tres Entradas, Franck y Carlos bucean y juega con un grupo de unos veinte lobos marinos del roquerío cercano. Sin embargo, la gran resurgencia submarina que les había llamado la atención está obstruida por bloques. Como hay que revisarlo siempre todo, Carlos llega hasta la base del acantilado cercano. Regresa con ojos llenos de emoción: ha descubierto una "entrada china" de 20 metros de ancho y 8 de alto. Parece que hay una continuación por uno de los lados. Se oye el sonido de un río.
Tenemos otros dos objetivos importantes. Podremos penetrar las profundidades del macizo tanto desde abajo como desde arriba. ¿Quién sabe si con una unión en el centro y una travesía por descubrir? El equipo regresa al campamento levantando la batimetría del fondo, es decir, a baja velocidad. Los delfines acuden y juguetean alrededor de la embarcación. Franck no se resiste y se lana a bucear con ellos...
Desde nuestro pequeño puerto privado, hoy han salido otros dos Bombard. A bordo van Cecilia, Jean-Philippe, Bernard, Florian y Denis, acompañados del equipo de cine, que quiere filmar los sitios arqueológicos que habían localizados durante las prospecciones costeras del sector en 2008. Mala suerte. El Barros Luco no nos deja que lo atravesemos así que no podemos reseguir la costa y hay que buscar un otro objetivo. Los Bombards se dirigen hacia la escotadura que termina en la playa desde la que parte el acceso abierto hacia el karst norte. En lugar de llegar hasta la playa del fondo, desembarcan en la orilla este, cerca de la entrada de una cala, al pie de una pared orientada hacia el oeste. El día anterior se había localizado ahí una entrada. Al acercarse, Denis y Bernard perciben una zona bajo una bóveda que sopla. Se abre una sala; luego, una galería en forma de sinuoso meandro, un pozo de 8 metros que puede bajarse en desescalada... Se han explorado cien metros y continúa. Florian y Jean-Philippe llegan a la entrada vista desde lo lejos. Es bonito y grande, con una amplia sala desde la entrada (30 x 20 metros). Parten tres galerías con mucha ventilación. Al fondo de la sala de acceso, se encuentran con otra gran sorpresa: una acumulación de conchales de lapas y carbón vegetal que son testimonio de paso. Quizás se trate de nuevo de los Kawésqar, que pudieron haber localizado fácilmente esta entrada desde sus embarcaciones.
En la Gran Barrera sigue haciendo mal tiempo y no se puede explorar. No queda otra que bajar a Tahití, donde dos Bombard vienen a buscar al equipo. En el karst norte, han pasado una noche seca pero, por la mañana, la lluvia es intensa. Los cuatro parten igualmente a explorar la sima de las mil y una cascadas. Las acanaladuras del lapiaz se precipitan en ríos espumantes de forma violenta en un amplio agujero. Se bajan los primeros quince metros que llevan al fondo de la depresión del que parten dos grandes pozos. Es obvio que es en este lugar donde se concentran las aguas, así que ni hablar de descenderlos. El ruido de las cascadas es tan fuerte que las piedras que se lanzan al vacío parecen nunca tocar el fondo... Se desmontan las carpas del Nido de Cóndor para evitar que se las lleve el viento y se guardan un el lugar mismo. Se inicia el descenso hacia la costa. En la base, a la espera de que lleguen los botes Bombard, se aprovecha para hacer un reconocimiento de una cueva situada en la orilla oeste y que se había visto hacía unos días. Pareciera que de ahí proviene un manantial. Hay un tubo amarillo enrollado al lado de la desembocadura en la orilla, prueba de que los pescadores lo utilizan para cagar agua dulce. Al llegar al pie de la pared atravesando el bosque, se llega a una entrada de 3 x 5 m. Por desgracia, un resalte de roca poco fiable imposibilita el acceso. Se adivinan dos inicios de galerías que parten de la sala de entrada, así que se trata de otro objetivo que habrá que retomar.
En el campamento base diluvia. Se sigue acabando y ordenando la base logística. A los lejos, se ven las olas del Barros Luco y la recuperación de los equipos que regresan de los campamentos es agitada. Las olas espumantes no los disuaden. Empapados, llegan a la base donde ponen a secar sus ropas en la infinidad de cordeles sobre los que penden las prendas para secarlas alrededor de la estufa. Cargada al máximo, calienta sin tregua entre los vapores que se desprenden y se elevan hasta el techo.