Salimos de Francia el martes por la noche y, tras catorce horas de vuelo, aterrizamos en Santiago para, inmediatamente, tomar el vuelo hacia Punta Arenas, ciudad situada tres mil kilómetros más al sur. El miércoles por la tarde nos esperaba un tiempo bastante soleado. Natalia, Marcelo y Bernard, que se quedaron en Santiago, tuvieron sendas reuniones esa misma tarde con la Embajadora de Francia, Caroline Dumas, y la Ministra de Bienes Nacionales, Nivia Palma, ministerio del que depende el Archipiélago Madre de Dios. El jueves, el equipo de avanzada completo realiza una visita de cortesía al Seremi de Bienes de Magallanes, Víctor Igor.
La labor que les espera a los nueve miembros del equipo de avanzada una vez en Punta Arenas es ardua y para nada apasionante. Se trata de peinar la ciudad de Punta Arenas en búsqueda de los materiales que, por una larga semana, nos convertirán en peones de construcción dedicados a levantar la cabaña que nos protegerá de las inclemencias del clima. Palas, carretones, barras de acero, chuzos y herramientas diversas van acumulándose en el albergue que nos sirve de cuartel general. Los conocimientos de español de varios del equipo y la participación activa de Natalia son de gran ayuda. Por la tarde, la impresora que acabamos de comprar escupe los planos que habrá que plastificar para protegerlos de la lluvia que, casi con total seguridad, nos espera en nuestro lugar de destino.
El gran tema es la compra de los víveres para los dos meses que durará la expedición. Un comando de Centre Terre se toma uno de los hipermercados más grandes de la ciudad para realizar una gran compra que durará un día y medio. Los carritos se van llenando y acumulando. Al final de la primera jornada, unos de los smartphones, esos soplones modernos, nos indica que su propietaria, quien tiene la impresión de haber pasado largos ratos delante de las estanterías sin apenas avanzar, al cabo del día ha dado 9.879 pasos, lo que equivale a casi cinco kilómetros... es decir, se trata de una actividad física no tan distante de lo que significa la travesía de uno de los lapiaces cubiertos de bosque impenetrable que esconden los secretos de Madre de Dios. ¡Una manera diferente de entrenar!
Punta Arenas... punta arenosa... El granito de arena en el engranaje se nos presenta al día siguiente en el supermercado tras pasar por caja los cuarenta carritos cargados con las toneladas de víveres. De repente, la máquina registradora se traba misteriosamente ante la mirada desesperada de la cajera... y es que, tras pasar la tarjeta de crédito, la caja presenta un fallo de sistema. Tras dos horas de llamados a la central de Santiago y a nuestro banco en Francia, de anular e introducir manualmente la kilométrica lista de productos para poder repartir el pago en varias cantidades menores, por fin, nos liberamos.
Durante ese tiempo, el equipo de cine, que todavía se compone de Gille et Luc-Henri, realiza sus primeras tomas y se apronta a rescatar sus últimas cajas de material de aduanas. Se trata de un trámite delicado y urgente, ya que estamos a punto de abandonar el estrecho de Magallanes.
El lunes temprano partimos hacia Puerto Natales, donde nos quedan otros trámites antes de que, esa misma noche, llegue el resto del equipo. Antes, habrá que concentrarse en la carga de los cuatro barcos que, tras un largo periplo, nos llevarán a Madre de Dios. Esta travesía nos tomará unas 24h antes de realizar la última carga en Guarello.
Por el momento, las previsiones meteorológicas prometen una ventana que nos permitirá embocar el seno Barros Luco y llegar al lugar de nuestro futuro campamento base. Esperemos que la predicción se mantenga...