Ayer por la noche nos llegó la noticia: la carga con el material de cine y la antena satelital se han quedado bloqueados en Santiago, sin opciones de flete aéreo hasta Punta Arenas, porque las baterías de litio sólo pueden ser transportadas en vuelos cargueros y, a Punta Arenas, solamente llegan vuelos de pasajeros... La única opción es el transporte en camión pasando por Argentina, desvío obligatorio dado de los Campos de Hielo Sur cortan el Chile terrestre en dos partes, sin conexión directa terrestre. Las consecuencias son terribles. No existe ninguna opción más rápida y todo apunta a que el flete llegará el sábado por la tarde. Dado que el flete deberá seguir nuestra misma ruta, la productora tendrá que arrendar un quinto barco que viajará directamente a Madre de Dios. ¡Vaya lío! Pero eso no es todos... Ahora parece que la cámara principal no quiere funciona, así que habrá que enviar una nueva.
A la seis de la mañana suena el despertador para tomar el bus hacia Puerto Natales, que se encuentra 240 km más al norte. Una vez en destino, recibimos las noticias del resto del equipo de enero (catorce personas), que acaban de recuperar sus mochilas en la escala en Santiago. Falta una de las maletas del equipo de sonido. Parece que hoy nos llegan todos los baldes de agua fría... Por si fuera poco, ahora nos dicen que hay “mal tiempo” y que el puerto permanecerá cerrado, por lo menos, tres días. Se prohíbe el zarpe, así que podemos olvidarnos de salir esa misma noche. Pasamos el día entre las idas y venidas bajo la llovizna del pueblo al puerto, donde nos esperan las cuatro embarcaciones de pesca con permiso de cabotaje (el Rosita, el Isla Westhoff, el Don Arturo y el Miguel Ángel), las últimas compras y matando el tiempo en la cafetería. La moral está por los suelos. A las 22:45 llega finalmente el equipo de enero al restaurant donde estamos. Los camareros han accedido a atendernos a pesar de la hora... y es que somos 26 a la mesa... ¡quién va a negarse! Toca la primera noche espartana en los camarotes del barco, hacinados en las literas.
Los marinos con que nos encontramos y con los que intentamos intercambiar dos palabras no hacen buena cara: parece que el mal tiempo se prolonga por otros cinco días, hasta el 16. También ellos están confinados en el puerto y, si no hay pesca, no entra plata. En cuanto a nosotros, Puerto Natales no es Venecia y la perspectiva de quedarnos todo ese tiempo no es para nada atractiva. A las 16h, Natalia y Bernard van a hablar con el capitán de puerto. Le explican que vamos a navegar cuatro embarcaciones en convoy y que firmaremos todas las descargas de responsabilidad que haga falta. Finalmente y de manera excepcional, nos autorizan el zarpe esa misma noche. ¡Por fin nos llega una buena noticia! A las 21:30 la flotilla leva anclas. El viento ha bajado pero, más adelante, se anuncian rachas de 25 nudos... Nos espera un viaje movido, pero eso nos da igual...
Apenas nos alejamos de la costa, empieza a moverse. Las naves pasan el estrecho Kirke, que comunica el mar interior, donde se encuentra Puerto Natales, con el océano Pacífico conocido por ser cualquier cosa menos tranquilo. Este paso de apenas unos diez metros de ancho es el estrecho más violento del planeta. Se atraviesa solo en ciertas horas según el nivel de la marea. Con esas grandes olas picadas que rompen salpicándolo todo, los temido remolinos que se cruzan y se desplazan, en ese ambiente dantesco, uno piensa en los tan temidos Maelstroms de los antiguos que se tragaban las naves...
Entre tanto, ha caído la noche y todos duermen. La navegación entre los canales y miles de islas transcurre entre zonas calmas y las aperturas al océano, donde la marejada nos hace pasar del cabeceo a un balanceo en toda regla... En estos momentos, crece el estruendo de los utensilios que entrechocan en la cocina del barco, al que se le suma al crujir de los camarotes. El único que no se entera de nada es el tripulante, porque duerme en la sala de máquina. Por suerte, nadie se marea a pesar de las ruines condiciones y las treinta horas de navegación entre las islas oscuras, verdes y grises, jalonadas por halos de bruma y violentos chaparrones, pasan sin mayor novedad. El último zarandeo nos lo propina el canal Concepción antes de que los barcos vuelvan a estar al abrigo de las islas.
A las tres de la madrugada los barcos echan las amarras en el pequeño muelle de Guarello, el único lugar habitado en este mundo alejado de todo. En Guarello trabajan unos veinte mineros en la extracción de caliza, que se usa en la industria siderúrgica de más al norte. En el país, esta indispensable roca solamente se encuentra en las islas de Guarello, Tarlton y Madre de Dios, situadas muy cerca la una de la otra, y en Diego de Almagro, situada un grado más al sur, zona que exploramos hace ya tres años.
En el puerto minero de Guarello nos esperan dos grandes contenedores de 20 pies bajo los chaparrones que van cayendo durante el día. Los trajo el buque mineralero que, cada quince días, viene a cargar 30.000 toneladas de caliza triturada. El primer contenedor viene de Francia con todo nuestro material. El segundo, de San Vicente, un puerto chileno situado 1.500 km más al norte, donde Natalia lo llenó con todo el material necesario para la construcción de la cabaña que vamos a construir en Madre de Dios, que nos servirá de base científica y de campamento base. Ha sido concebida especialmente para nosotros por Cecilia, una arquitecta de Santiago que se ha involucrado en el proyecto hasta el punto de acompañarnos a la isla para supervisar el montaje, que se realizará en condiciones muy duras. ¡Bien por Cecilia! La construcción será el objetivo número 1, ya que vamos a desembarcar en medio de ninguna parte, sin la menor opción de abrigo, bajo la casi perenne lluvia que reina aquí.
La jornada se dedica a transferir todo el material a los barcos, mientras que el cuarto se marcha por la mañana para filmar unas secuencias en la cueva del Pacífico, donde están las pinturas kawésqar que descubrimos en el 2006 y que se encuentra a unos cuantos kilómetros de distancia, en la parte sur de Madre de Dios. Richard y Stéphane, nuestros responsables científicos, forman parte del grupo. Esta misma noche terminaremos de cargar los barcos. Hay anunciada una ventana de buen tiempo, así que parece que todo va a ir bien.
A partir de ahora no tendremos conexión con el resto del mundo hasta que, en unos quince días, pongamos en funcionamiento la entena satelital, así que informamos sobre nuestros proyectos inmediatos. Mañana a las cinco horas levaremos anclas. Por el seno Azul, llegaremos al Pacífico y su gran oleaje para navegar, por el norte, hasta la entrada del seno Barros Luco. Una vez dentro, accederemos a la caleta donde desembarcaremos todos nuestros pertrechos. Habrá que subir la carga entre la tirolina de cable y los trayectos a pie por un camino que habrá que abrir en la fuerte pendiente, hasta llegar a un replano situado a unos treinta metros de altitud con el fin de evitar el peligro de tsunami. No hay que olvidar que nos encontramos en el cinturón de fuego del Pacífico... Construiremos lo más rápido posible una primera plataforma de madera donde montar de manera sólida las carpas en las que dormiremos. Esta es la condición para poder liberar los barcos lo antes posible, ya que el 16 hay anunciado un temporal. Esa es nuestra fecha tope porque el seno se abre hacia oeste al Pacífico y, por eso, una vez inicie el temporal, ya no podrán sortea el embate de las olas.
Nos quedan por delante intensas jornadas. Pero la dicha de explorar una isla desconocida hace que todo valga la pena. ¡Nosotros estamos preparados!